jueves, 25 de diciembre de 2008

Se La Traga Más Mi Corazón

¿Volviste?
Te quedaste pensando, ¿no? Al final te está gustando el cuento. No vaya a ser que termines pagándome la birra vos.
En fin, la gitanita no se quedó conmigo, pero pasó algo inesperado. Agarra y me dice: “quiero que vengas a casa esta noche”. Termina de decirlo y yo ya había acabado como siete veces, estaba para el pucho. Y agarra y pone sobre el mostrador el manojo de llaves. Ni bien se fue, yo bajé la cortina y subí a arreglarme. Eran las diez de la mañana, y desde las diez hasta las ocho y media de la noche estuve arreglándome. Me bañé, me afeité, me perfumé, me vestí, me volví a bañar para sacarme un poco del olor del perfume, me volví a vestir (diferente que antes), y así. Era como una mina. Y paré a las ocho y media porque me puse un poco las pilas, porque sino seguía hasta las diez cuando tenía que verla.
Después de rondar el barrio durante una media hora y fumarme un atado y medio de cigarrillos, me acerco a la casa y entro sigilosamente como tanto había fantaseado. Y sí, voy de sombra en sombra, porque no había una puta luz prendida, y me voy acercando hacia donde supongo que está ella (porque es el único lugar que tenía una luz prendida). Una puerta con el brillo que le sale por abajo, y yo la abro y veo que hay una escalera, y que la muy caprichosa en vez de subir como todas las escaleras, va para abajo. Y que abajo había un veladorcito que era la única fuente de luz de la casa. Y al lado la esperada cama (aunque estaba bastante más hecha mierda de lo que esperaba). Era la fantasía del sótano, sólo faltaba que de un costado saliera la gitanita con el portaligas y las transparencias y ya estaba listo.
Pero no, en vez de venir la gitanita vino la sensatez tardía. Una vez que escuché que cerraban la puerta y le daban vuelta a la llave me di cuenta que algo no estaba bien.
No pasó nada, estaba encerrado en el sótano y no había forma de salir. A golpe y a grito no logré nada, por la ventana no salía, y de pronto lo mejor que podía pasarme era dormirme en la cama. O tratar de desarmarla y abrir la puerta. Pero la cama está empernada al piso y ya no queda nada que hacer. A la mañana temprano abren la puerta y aparece, por fin, mi gitanita.
- Disculpame Raúl, pero les dije a los pibes que nos ibas a dar las llaves, que no era necesario romper nada. Creo que es lo mejor. Nuestra idea no es dañar nada tuyo, sino tener un lugar que nos sirva de aguante.
Y yo que casi me largo a llorar. Te juro que la desilusión por el amor de la gitanita era mayor que el secuestro y la pérdida de mi negocio y mi casa. Ya no tenía nada, ni gitanita ni nada.
Le di la llave y le pedí que se quedara, que necesitaba hablar con ella.
- No Raúl, no entendés. Tengo que ir allá. Quedate tranquilo, no te va a pasar nada; te secuestramos para que no quedes pegado con lo que hacemos.
Y se fue.
Volvió a la media hora con algo de comida.
- Entedéme, Raúl, no podía decirte nada. No quise hacerte daño, y no te lo vamos a hacer. Reconocé también que yo no te prometí nada y que fue todo por tu cuenta. Arreglé que te trajeran una tele para pasar el tiempo, decime si querés algo más.
Y se volvió a ir.
Yo no te entiendo, en serio. Te cuento de un levante que es algo que a cualquier parroquiano le pasa, y empezás con que no me creés, con que no exagere, con que eso no puede ser. Y te cuento que me secuestran, me rompen el corazón y me roban todo lo que tengo y me decís que qué paso y te empezás a interesar y dejás de hacerte el reacio. Al final el que está mal sos vos.
Bajó el gitano a traerme la tele. De pronto ya no parecía un gitanazo de dos metros, ahora era un paisano casi amable. Me preguntó a dónde quería poner la tele. Yo le señalé el rincón hacia donde miraba como un pelotudo todo el día pensando en la traición gitana, así podía interrumpirme y sacarme de mi trance de autocompasión permanente.
- Mirá, ella te estima mucho. No te sientas mal, no te vamos a perjudicar. Honestamente, si fuera por mi te tendría durmiendo todo este tiempo; pero ella confía en vos. Todo lo que puedo hacer es disculparme por este cautiverio.
- ¿Cuánto tiempo piensan dejarme acá?
- No más de dos semanas.
- ¿Me dejan verles las caras, reconocerlos y tratarlos; y se supone que yo tengo que estar tranquilo? ¿No será demasiado pedirme confianza?
- No, es que no nos preocupa la denuncia. Si te interroga Correcto, decile que Toño (ése soy yo) le manda saludos a él y a su familia. Es más, por ahí le mando una botella de buen vino y una tarjeta. – y se rió.
La tele sólo agarraba dos canales, el once y el trece. Después de comentárselo a la gitanita me pusieron cable.
La gitanita empezó a bajar algunos días, a ayudarme a pasar el tiempo hablando o jugando a la escoba de quince. Y lo que era día por medio, empezó a ser todas las tardes sin que nos diéramos cuenta. Día a día fuimos armando una rutina de visita que comenzaba con saludos y amenazas por el partido de escoba venidero. Después venía el juego propiamente dicho, al que seguía una revancha inmediata y un tercero que desempataba, daba una honra o cubría de ignominia al perdedor. Después venía la merienda y por último nos sentábamos sobre la cama a ver Dragón Ball.
Y ahora vos me podés decir que soy el más boludo del mundo, pero lo cierto es que de pronto ya no me sentía más traicionado por mi gitanita del alma; de pronto me sentía realmente encerrado, más allá de ese sótano, atrapado por ese corporal y espiritual deseo de ser y estar con la gitanita. Esta gitanita de intimidad terminó siendo infinitamente superior y más poderosa que la del sueño erótico de la bicicletería. Y ya no quedaban más opciones que quedar pendiente de las idas y venidas de la gitanita, no quedaba más que degustar y ser feliz corporalmente por esos instantes que compartíamos.
Ahí me enteré de un par de cosas interesantes, que ella me fue contando y que yo le preguntaba cada vez que podía. Al parecer, mientras estaban preparándose para reventar el bingo, empezaron a buscar el lugar para el siguiente aguantadero, y de casualidad, el día aquel de la lluvia, ella me encontró mirándola como un pelotudo y ahí empezó a idear todo el plan nuevo desde la bicicletería. Cuando se lo contó a Toño, él no se dejó convencer, tuvo que ir en persona a ver el local, la ubicación y mi cara de pelotudo; y aparentemente mi cara fue elocuente.
Lo que andaban ahora haciendo “es mejor que no lo sepas, seguramente después te vas a enterar”. Y sé que fue algo que tenía que ver con una estafa bancaria y con un regenteo de chicas; pero no sé qué tenía que ver mi negocio y mi casa. Sé que no la usaron con las chicas, porque hubiera llegado algún cliente tardío a preguntar por ellas y eso jamás pasó (durante un tiempo tenía preparada una serie de bromas si llegaba un cliente así). Y las preguntas que me hicieron no tenían que ver con la estafa al banco, así que no sé qué es lo que hicieron con mi lugar.
Lo que tengo que reconocer es que hicieron exactamente lo que prometieron; mi negocio, mi nombre, mi casa, todo quedó libre de culpa. Descubrieron que tenía que ver con la banda de Toño y la Rea después de interrogarme por el secuestro, pero el lazo de mi casa con el negociado no se descubrió jamás. Pude reiniciar mi trabajo casi como siempre, si no hubiera sido por la profunda depresión que traje de mi secuestro.
Lo cierto es que en esos días, esos gloriosos días de mi secuestro, no me importaba demasiado lo que pasaría con mi negocio, ni con mi futuro; estaba en un presente tan empalagoso que no podía tener en cuenta la perspectiva de mediano o largo plazo. Además, esa perspectiva me asustaba, no tenía muchas intenciones de volver a la vida de afuera del sótano en donde cada tarde la gitanita y yo construíamos un edén pequeño burgués. Casi como una sit-com, cada tarde ella aparecía y comenzaba un nuevo episodio de una estructura armada en donde las variaciones y las novedades armaban el día a día y le daban un sentido de continuidad.
Y un día finalmente sucedió. La tarde se hizo larga y me descubrí viendo Dragón Ball yo solo. Y llegó la noche y yo ya empezaba a ponerme a llorar (no, no, literalmente; estaba llorando como un nene) y la puerta del sótano se abrió. Como un reina envuelta en tules, la vi bajar la escalera iluminada sólo con esa pequeña luz de luna que se filtraba en mi sótano. ¿Qué otra cosa que secarme las lágrimas podía hacer mientras ella se acercaba a mí? Y cada paso de ella hacia mí y mi cama, enterraba dulcemente todos mis pesares. Y con su presencia iluminaba un ahora que en ese mismo momento ya se definía como punto de quiebre de mi vida. Llega hasta mi, me mira y me descubre despierto, se sienta en la cama y me levanta hasta ella. Y me besa. Confundido, pero no muerto, comprendo que al fin mis manos pueden pasar el contacto de la tela y llegar al contacto de la piel, y me filtro hacia su espalda para al fin sentirla. No tenía corpiño. Y ahí nomás la tumbé sobre la cama, y empecé a desnudarla mientras ella me arrancaba la remera y me bajaba los lienzos. Te digo que nadie me tiró la goma como esa gitanita, y te juro que nunca chupé una zorra como ésa, saladita, húmeda y suavemente depilada. Qué noche, hermano, qué noche tan hermosa. Es una de esas noches para las que no te queda más que traer palabras que no te corresponden y que no sirven para otra cosa: fue una noche maravillosa. Mágica, única, especial, fuera de la serie del tiempo, fuera de la serie de la realidad. Un absurdo dentro del sentido de mi existencia, que tiene que ver más bien con esto, con el chopcito, con la barra y con el cuento del pasado.
Y, a pesar de todo eso, había una constante película que recubría todo, que estaba por sobre cada caricia, cada succión, cada degustación. Una presencia que hacía cambiarle el sabor a todo, y que sin embargo lo hacía más y más intenso.
Los dos sabíamos que esa era la despedida.
Es gracioso que preguntes cómo salí, porque eso es algo más que jamás le dije a la policía (mi versión para la policía fue bastante condimentada, con menos gitanita, menos amor, más violencia y más golpes para retenerme en ése sótano). Y eso quizá sea lo que finalmente haga que me pagues la cerveza, que es al fin de cuentas todo por lo que valió la pena esto. Espero que ya te estés arrepintiendo de haberlo preguntado. ¿Te acordás que ella me dio la las llaves?
Sí, soy un boludo. Pero quizá te consuele saber que yo lo supe desde el cuarto día. Yo mismo me hacía la comida y me lavaba la ropa.Te dije que vos la ibas a pagar.

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