jueves, 25 de diciembre de 2008

Firme Firma Forma

Todos pudimos enterarnos del final del mito, de la última y definitiva captura del célebre Minotauro escapista, pudimos leer aquella última letra que cerraba el mito del Teseo Ladrón, y hasta casi pudimos pasear por esos barrocos pasillos en donde se desarrolló el drama singular de aquel memorable paraguayo cuyo nombre fue núcleo sustantivo y sustancioso de las oraciones de cada boca. Pudimos casi participar de aquella escena que nos abre inmediatamente la asociación del nombre en la memoria y nos cierra las sociedades en una escena igualmente estatuaria: aquella en que Rosende se aproxima a la panadería con la irrefrenable cautela con que los presentimientos se acercan al alma.
Lo que no todos quisieron saber es que el mito no surgió sin más, como necesidad de venta de diario o hueco en noticiero: se construyó punto por punto con esforzada dedicación y dedicado esfuerzo. El punto en donde se inició esta construcción mito bien puede ser aquella lejana Asunción en donde Antonito era un pícaro niño que como parte de sus travesuras aprende a realizar pequeños actos de raterismo, disfrazando su inocencia de travesura ilegal. Pero, tal vez, ése punto sea demasiado lejano y haya que buscar el inicio en aquel joven fornido que, dueño de un verbo privilegiado y ojos sabor marino, encuentra un nuevo oficio: gigoló. Quizás en esa lenta y paciente edificación de su particular perfil criminal, que podía mezclar el arte del fiolo, con el del punga, con el del asesino, con el del estratega, con el del escruchante, con el del alcahuete (en su vieja acepción) y quién pudiera completar la lista; quizá en esa cruza, decía, comenzara a construirse el mito. Pero no, nuestro inicio es en el episodio que le da nombre. Nuestro inicio del mito es apenas posterior a aquel episodio que lo terminó de formar, a aquel episodio en que un joven criminal logra tener al barrio entero bajo su puño. No contento con eso y haciendo gala de su (luego) característico afán de crecimiento realizó un par de estafas con propiedades que lo pusieron en la nómina de la criminalidad grande, dejándolo a un paso del inicio de esta historia. Una vez en ése nivel, no le fue difícil relacionarse con aquellos que terminarían facilitando su acceso al nombre: los contrabandistas de Ciudad del Este.
El joven, fascinado con las acciones del negocio, aprendió velozmente los pormenores y los pormayores del contrabando. Obtuvo sus relucientes y necesarias pistolas: dos calibres 45 que lo acompañarían hasta su último día y que llamaría, graciosamente, “Montecristos”. Siete disparos de ellos, marcando precisos hoyos en el pecho del jefe de la banda de contrabandistas de Ciudad del Este, fueron suficientes para ser electo el Capitán de los criminales de aquel lugar. Todos sabían que había llegado a ser el mejor en su “oficio”, sus Montecristos lo hacían también el más peligroso.
Un pequeño cargamento de libros empresariales que planeaban vender en Asunción le obsequió al joven Capitán de Ladrones una idea brillante, que, sin embargo, sería su perdición. Abandonaría la idea de capitanazgo a cambio del concepto de “management”, sería CEO y Gerente General del negocio. Si la parte “operativa” del negocio estaba en Ciudad del Este, la “administrativa” debía estar cerca del centro de poder geopolítico: en Asunción. El cambio ciertamente fue efectivo, en Asunción podía comerciar sin problema los productos traficados en Ciudad del Este; además mejoraba así las perspectivas territoriales prometiendo y casi asegurando un crecimiento sorprendente a ése nivel. Por supuesto, para mantener esta maquinaria en función se requerían constantes inversiones en las finanzas personales de algunos sucios y deshonestos capos policiales paraguayos.
El crecimiento y la proyección de sus negocios se volvieron magníficos. Sin embargo, siendo un gigante de la empresa olvidó una norma básica: el crecimiento personal en el negocio es directamente proporcional a la envidia de los fracasados que forman parte de la organización. El recambio de recursos es la circulación sanguínea; la osificación en los recursos existentes, su peor final.
En junio del 98 un operativo de 20 policías emboscó la casa victoriana que servía de sede administrativa al Gerente de los Ladrones. Dos horas después de iniciarse el operativo, el CEO estaba encerrado en la habitación rodeado por tres policías en la cocina, cuatro en el comedor y el resto del operativo esperando afuera, anticipando la escapatoria. Los Montecristos no descansaban, alternativamente relampagueaban con su formidable estruendo, lanzaban sus temibles balas que zumbaban por toda la casa como si fuera un panal de insectos enfurecidos; los agentes de la ley apenas podían tener tímidas respuestas frente a la balacera que producía El Gerente. De repente... El silencio. Los policías sorprendidos descubrieron que peor que los versos de Los Montecristos era su silencio, capaz de filtrar el pánico hasta el mismo centro del alma.
- Espero que me disculpen la descortesía, pero mañana tengo un día muy atareado y no me queda más remedio que pedirles que se retiren. Si les parece bien, podemos seguir con lo nuestro el domingo que viene. – dijo, desplegando su natural elegancia, el sitiado.
- Por favor, no hay ofensa posible. – contestó velozmente el oficial a cargo desde el comedor.- Nos iremos a la brevedad; pero, por favor, acompáñenos hasta la parada del bus para indicarnos el camino.
- ¿Creerá usted que ahora mismo no puedo moverme? Ustedes pensarán que es excusa burda, pero una certera gitana me advirtió que un gran peligro me acechaba más allá de esta habitación. Pero, si gustan, puedo pedirles un taxi por teléfono.
- Pues evitemos sentirnos ofendidos mutuamente ¿qué le parece si terminamos lo nuestro y nos despedimos sin más cortesías?
- En fin. Pero temo que esto demore demasiado. ¿Qué tal si pedimos algo para comer?
Mientras este insólito diálogo tenía lugar, el astro empresarial preparaba su arsenal para continuar con la balacera, mientras en el comedor se comenzaba a sentir el aumento de la presión atmosférica producto de la presencia de un joven con una gigantesca capacidad de audacia y heroicidad. Primero de su generación, el joven agente Hernancito Peralta estaba participando de su primer operativo importante, y demostraría en él su vocación. Comprendiendo que la atención del momento se centraba en las ironías del diálogo, se deja arrebatar por el ímpetu del buen servicio a la comunidad y se lanza veloz como un rayo hacia la puerta de la habitación. Descubre los ojos del Gerente del Crimen apostado detrás de la cama y ya está apretando el gatillo. Sus compañeros nos narraron cómo un fogonazo de tremenda intensidad iluminó el cuarto. Acto seguido, los ojos sorprendidos de sus compañeros ven caer al cuerpo sin vida de Hernancito. Un redondel perfecto, exactamente entre los ojos, le había dejado uno de los Montecristos. Los dos disparos sonaron al unísono, ambos hicieron impacto (de ahí aquel destello inusual que tuvo la habitación), solo que el disparo de la ley buscaba apresar y castigar al malhechor y con introducirse en el brazo hacía efecto. El disparo del Gerente fue un despido.
Nuevo silencio y nueva sorpresa. Un CEO no podía desaprovechar esa oportunidad y se lanzó, con su brazo totalmente escarlata, hacia la puerta del baño. Siete voces gritaron “¡Alto!” a la vez, como anuncio de la lluvia de balas que luego comenzaría. Acrobática y milagrosamente llegó hasta el baño en donde nuevamente sentó base. El jefe del operativo no salía de su sorpresa por la audacia del criminal, cuando un nuevo estupor lo asaltó: entre sus hombres había dos muertos y dos heridos.
Apenas quedaban dos justicias sin heridas en la casa.
- No creerán ustedes lo que me urgía llegar al water. – gritó riendo.
Su plan era llegar al baño para salir por la parte trasera, sin tener completa conciencia de la cantidad de policías que había afuera. No supo hasta que fue muy tarde que no había salida de allí. No por ello se privó de continuar los intercambios de pistola con los agentes de la ley. Sin embargo, a pesar de su continuidad y persistencia, el Gerente, se ve, de pronto, en medio de un charco de sangre que ya tocaba las paredes del baño. La bala de Hernancito, alojada en su brazo, fue la que lo atrapó esa vez.
Los policías encuentran al cuerpo inconsciente del criminal, con la cara aplastada contra el piso alfombrado con su propia sangre y lo llevan, sin embargo, con las esposas puestas. Tal era el temor que había creado a su alrededor.
Las esposas se convirtieron en sus compañeras inseparables durante toda su estadía en el hospital. Sus guardianes no podían creer que ese amigable joven hubiera sido el cruel criminal que decían. Hasta entraron en relación con él y llegaron a darle privilegios especiales, como tragos de caña, soberbios platos de milanesas con papas fritas (el plato favorito del viejo Gerente), e incluso hasta papeles y una birome. Sin embargo mantenían en su último fuero el apego a la ley y jamás le quitaron el ojo de encima ni le sacaron las esposas (como afirmó aquel oscuro diario amarillista). No fue poca la sorpresa de sus guardianes al encontrar una mañana de febrero la cama vacía salvo, por un diminuto papelito que tenía la siguiente inscripción:
“Sres. Agentes
De mi mayor consideración:
Habiendo comprobado que el negocio del crimen jamás paga, pero siempre da intereses; emprendo desde aquí mi nueva carrera financiera.
Para iniciar con el pie derecho mi nueva actividad, me he preocupado por dejar un rastro constante de mis movimientos y he buscado para ello a mi viejo RR.PP.. Cuando quieran ubicarme por cualquier circunstancia, les pido que acudan a él quien sabrá informarles de mi destino. Su nombre es Josecito Talas.
Agradecido por sus gestiones durante mi estadía, los saluda muy atte.
Toño
S.S.S.Q.B.S.P. y M.
Allí firma, y por primera vez se hace... Toño.
El “RR.PP:” de Toño, no era otro que su delator. Aquel envidioso personaje que viendo el crecimiento del negocio y poco satisfecho con su parte, acudió a la ley para traicionar a nuestro protagonista.
Cuando los Agentes llegaron a la casa de Talas y golpearon la puerta, no obtuvieron respuesta alguna. Hubo que derribar la puerta para encontrar un piso cubierto de sangre reseca, y una mesa sobre la que descansaba una lengua humana cortada desde el nervio. La lengua tenía un alfiler clavado sosteniendo una ostentosa tarjeta empresarial:
“José Talas
Gerente de RR.PP.
Fondo Financiero Toño
Delaciones eficaces – Amistades negociables”
Rosende, años después, se acerca a la panadería y sabe que enfrenta a mucho más que un criminal. Enfrenta a su mitología entera. También va por un Dato, por una delación (como aquella de Talas). Pero no armó operativo alguno: Rosende camina sólo, con su traje y la reglamentaria en la cintura.Es que Rosende no es policía: es comisario de la bonaerense.

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